“Después del amor, la simpatía es la pasión divina del corazón humano”
(Edmund Burke)
Un gesto que invita, una mirada que acompaña, un abrazo que acoge o una actitud de escucha que consuela, son claras muestras de los vínculos que conservamos como integrantes de una comunidad. La sensibilidad por lo que los otros experimentan es producto de la relación con nosotros mismos y del reconocimiento y la aceptación de ese ser humano que habita en nuestro interior. El mismo que deja atrás la desidia y el desgano para hacerse presente y partícipe afectivamente del proceso personal de aquellos con quienes de alguna forma interactuamos.
Trascender de la apatía, el desinterés, la falta de emoción y motivación, a la comprensión de la perspectiva del otro, hasta sentirla como propia, sin emitir juicios y simplemente vibrando en la misma frecuencia, es acercarse a la verdadera empatía, que va más allá del entendimiento y la compañía solidaria (simpatía), para sentir como propio aquello que ese ser advierte o percibe. Y es hacerlo desde el más profundo silencio, desde el respeto por los procesos de aquel a quien escuchamos y con una gran dosis de compasión. Aunque el sufrimiento puede parecer subjetivo, desde esta esfera de Conciencia ya se vive como dolor de humanidad en procura de pulir ese diamante de mil caras que es la colectividad como una sola. Por tanto, cualidades como la humildad y la capacidad de observar desde el centro donde nada perturba y donde el ego es superado, nos permiten respirar juntos y reflexionar para vislumbrar que lo que el otro refleja realmente es parte de nosotros.
Resulta pues, un verdadero privilegio hacer parte de un proceso evolutivo en el que, como seres humanos, podemos sintonizarnos y sincronizarnos con un propósito común: darnos cuenta de que ha llegado el tiempo en el que la razón y el pensamiento transmuten hacia el sentimiento. El momento para que los diálogos sean establecidos desde el perdón y la pureza de móvil, desde la fuerza envolvente del amor, desde la claridad y la transparencia que sólo fluye cuando los apegos son superados por el afecto. Es entonces cuando el intelecto se consolida en el Gran Templo de la Sabiduría para emprender el camino de regreso al Alma y así contribuir al desarrollo del Plan Divino en el que las mezquindades se desvanecen ante el esplendor del Espíritu.
Alejandro Posada Beuth