Vivir en armonía

Vivir en armonía

“Quien vive en armonía no teme la soledad” Doménico Cieri

Una composición de sonidos, de tonalidades y matices, una sucesión de los tiempos de manera coherente y ordenada, un equilibrio perfecto entre cadencias e intervalos que revelan la belleza y restauran la bondad: eso es armonía.

No depende de elementos externos, sino que brota de conciliar con lo más profundo e interno de nuestro ser. Por eso reclama y exige un diálogo franco con nosotros mismos que implica estar dispuestos a recibir respuestas, no siempre agradables para el ego. Requiere dejar a un lado la soberbia y la altivez para exponerse genuinamente al amor que invita a seguir soñando para construir e imaginar que imaginamos.

La armonía brinda por la vida y encuentra, de manera invariable, coartadas para ser felices y compinches en la toma de iniciativas que incitan al movimiento, al aprendizaje que procesa y asume, a la visión que despeja el camino, a despertar a la ternura y la aceptación para alejar las culpas. A conectar con lo más auténtico y a ponerle el sello de originalidad a cada experiencia.

Pone de manifiesto también la actitud valiente y el coraje que llevan a la conquista de nuestra propia vida, amalgamando emociones y rescatando sentires que evitan caer en el olvido o la arrogancia. Libera los apegos sin desistir de evocar gratos momentos. Resalta la determinación más allá de las metas y antepone el respeto a cualquier acción. Por eso en muchas ocasiones se camufla con el silencio y desarma decorosamente al ruido de los pensamientos de baja vibración.

Cuando confluyen inteligencia y armonía, hay claridad en la elaboración de las ideas y se promulga la autodisciplina para estar más cerca al propósito. Es entonces cuando la mirada va más allá de las apariencias, lo que contribuye a superar los desacuerdos y a responder con compasión a la indignación o con una sonrisa al admitir el desafío que pule el carácter.

Un sentimiento como este es la evidencia de paz interior, de alianza con el otro, de recibir el eco que retroalimenta. Es quedarse absorto ante el milagro del encuentro. Es rendirle tributo a la honorabilidad y ver qué estamos dispuestos a hacer por el compromiso y la misión. Es dejar las cosas idas en su sitio y es arropar el perdón. Es sentir el calor de la piel ajena como propia. Es asistir a la ceremonia de las fantasías sin límites, con la osadía del que aún cree. Y es presagiar el beso que llega como si fuera el primero…

Alejandro Posada Beuth