“El optimismo es la fe que conduce al logro” Helen Keller
En ciertas circunstancias pareciera que menguan las fuerzas y las sombras ocupan un lugar preponderante. Pero una actitud correcta y una adecuada disposición pueden cambiar las perspectivas, al punto de que solo lo mejor sea revelado y que las dificultades se conviertan en ascensos a nuevos niveles.
El optimista es amigo de las transformaciones y siempre tiene al buen humor como aliado de lujo. Se confabula con su cuerpo y escucha sus señales. Contagia alegría porque sabe que tarde o temprano habrá eco. Elogia a quienes saben elevar la frecuencia de sus emociones y acepta el diálogo interno como un buen refugio ante la incertidumbre. Se cuestiona pero está dispuesto a escuchar respuestas. Sabe que el bienestar comienza con sus pensamientos. Ignora al necio y aprende de la prudencia. Complementa la lógica y la razón con los dictados del corazón.
El optimista sueña pero no es esclavo de las expectativas. Arriesga y se apasiona porque descubre en cada reto una deliciosa provocación. Evita resistirse y más bien fluye con la mente abierta del aprendiz. Afronta sin temores y fabrica paisajes con lo más elemental. Filtra desde su centro y solo da valor a aquello que ayuda a construir. Evita señalamientos e invierte su energía para aportar a las soluciones. No entiende de polos opuestos sino de complementarios. Hace su mejor esfuerzo pero se aleja del perfeccionismo y contempla los fracasos como buenos intentos.
Trascender lo negativo y generar pensamientos positivos suele ser una de las labores que el optimista prioriza. Él evalúa continuamente y sabe que tiene derecho a mirar nuevas estrategias, a dirigir su mirada hacia modelos diferentes y a enriquecer sus opciones sin conocer de fronteras. Busca en lo cotidiano otras explicaciones y conecta con nuevas ideas para evitar la monotonía. Es consciente de sus capacidades y las convierte en acciones. Sabe que cada segundo es una buena oportunidad para comenzar de nuevo y hace de la resiliencia un hábito.
El optimista no se entrega a la suerte porque sabe que el éxito es producto del empeño y no del azar. Se concentra en cada acción y observa su propio desempeño para dar gracias a la vida por los dones concedidos. Sabe que puede apoyarse porque se reconoce vulnerable y eso lo hace más valioso. Hace que cada día ocurran cosas favorables y siempre tiene una sonrisa como ofrenda…
Alejandro Posada Beuth