“Cuando nuestras mentes se rinden al amor, se rinden a un poder superior. De allí provienen los milagros” (Marianne Williamson)
Normalmente aceptamos la definición de milagro como la de un suceso inexplicable y extraordinario realizado por un ser o una fuerza superior. Y, tal vez por esto, surge un interrogante: ¿Podemos ser los autores de algo semejante?
Para responder a esta pregunta, lo primero es recordar (volver al corazón) e identificar quienes somos y de donde provenimos. Sin duda, esto nos lleva a confirmar que las maravillas de la creación no pueden ser producto del azar y que esa Fuente o ese Origen, ese “algo Supremo” (respeto profundo por cualquier tipo de credo), de alguna manera habita en nosotros y por ende conservamos la perfección de aquello de donde emanamos. Por lo mismo, esto significa que de nuestro interior puede surgir también la obra milagrosa, porque simplemente somos parte de ella.
Eso que es excepcional, grandioso y sorprendente, requiere de una fuerza magnética lo suficientemente atractiva como para que la coherencia en todos los aspectos tenga lugar. Entonces, el pensar debe estar acompañado del sentir, pero sin lugar a incertidumbres o vacilaciones, de tal forma que la Fe ocupe su lugar y que el tiempo y el espacio coincidan para que se precipite todo el potencial y se cristalice lo que fuimos capaces de visualizar con tal intensidad que, por fin, se materialice y se cree. Desde el momento mismo en que lo imaginamos lo hicimos como si ya fuera un hecho.
Para que todo esto ocurra, el perdón debe ser el resultado de un corazón amoroso que expíe las culpas, acoja la Unidad y que además esté dispuesto a dar de manera generosa, sin expectativas por recompensa alguna. Así podremos identificarnos con lo grandioso para que todo aquello de lo que fuimos dotados se haga manifiesto.
Dicho esto, la conclusión es que el milagro se da desde la fuerza real de la bondad, la honestidad y la verdad. Disponerse de forma real y comprometerse es abrir las puertas al Campo Unificado de Conciencia, donde todo es posible porque ya existe y solo está esperando ser revelado. Es, en ese momento, cuando el conocimiento y la sabiduría rescatan la humildad para depositar en un compendio de lecciones todo lo aprendido, pues ya hace parte del patrimonio de la humanidad.
El regocijo, la plenitud, la satisfacción, el júbilo y otros sentimientos afines son un claro gesto de que lo expresado en una sonrisa, es el milagro mismo de la vida.
Alejandro Posada Beuth