La confianza

La confianza

“Aquel que no confía lo suficiente no será digno de confianza” Lao Tzu

La inseguridad, en muchas ocasiones, parte de experiencias pasadas que pueden haber resultado desagradables o destructivas. La incertidumbre, en cambio, probablemente está más ligada a las expectativas por el futuro. Gran parte de nuestra vida nos debatimos entre estos dos extremos del tiempo, dejando pasar el momento presente en el que podríamos deleitarnos con cada cosa maravillosa que pasa a nuestro lado y que dejamos de percibir por estar literalmente ausentes.

La confianza implica volver al centro, al corazón, a la intuición. Es regresar a la honestidad, la transparencia y la coherencia. Es renunciar a la incertidumbre o la vacilación. Donde habitan la indecisión o el dilema hay sospecha y recelo. La sinceridad, implícitamente, nos lleva a tener conciencia del otro, a rodearnos de la verdad y a ser portadores de ella, a ser consecuentes para actuar de manera clara y bondadosa.

La autenticidad se refleja en acciones que pueden generar un efecto multiplicador para comprender valores como la cooperación, el compromiso y la responsabilidad. Por eso la desconfianza divide y hace énfasis en las diferencias más que en las coincidencias, lo cual suele conducirnos al egocentrismo y al separatismo o a las dudas y las inconsistencias.

Cuando se cultiva la confianza se recupera la creencia, se activa la certeza y hasta puede predecirse la conducta futura, propia o ajena, porque se desarrollan el coraje y el vigor suficientes para desarrollar el esfuerzo voluntario y sistemático que sustentan la disciplina en la búsqueda de los propósitos comunes.

Pero más allá de las palabras, este sentimiento se alberga en el corazón y es el fruto de cuando nos sentimos reconocidos y amados. De cuando somos lo suficientemente valientes como para mostrarnos vulnerables. De la lealtad que hemos logrado transmitir al otro sin más prenda de garantía que el poder mirarnos a los ojos desde ese espejo del alma que emana de un interior diáfano y sereno. De la solidez que se hace evidente en el tono firme y pausado de cada movimiento o expresión. De la paz que se refleja porque cada día hay un sueño, más que un remordimiento. De la serenidad imperturbable, consecuencia de un diálogo de “tú a tú” con la conciencia. De la posibilidad de innovar y crear sin obstáculos porque el camino se despeja para quien obra con rectitud. Y, ante todo, de poder cultivar el silencio en señal de elocuencia…

Alejandro Posada Beuth