El miedo

El miedo

“El corazón que está lleno de miedo, ha de estar vacío de esperanza”

(Fray Antonio de Guevara)

El miedo, esa estrategia de supervivencia en respuesta ante un peligro real o imaginario, puede ser origen de parálisis, de ausencia de actuación, de bloqueo mental y de ruptura en las comunicaciones. Puede, además, detener o diezmar la realización de los sueños o, incluso, distorsionar nuestras percepciones de la realidad generando representaciones nefastas que nos llevan al pánico o al terror, en el que quizás está inmersa una buena parte de nuestra sociedad.

Mucho de ello se debe a sistemas de creencias que hemos tomado como paradigmas que han ido generando condicionamientos cada vez mayores, los cuales impiden que vayamos ligeros de equipaje para poder liberarnos de ataduras que se han reflejado precisamente en lo que parece un destino poco claro y asimismo “peligrosamente contagioso” porque se van ahondando surcos en lo colectivo.

El temor a la muerte, al rechazo, al fracaso o a la soledad van minando la voluntad y aminorando la resiliencia y la constancia. Van menguando el espíritu de lucha y generando inseguridad, sufrimiento, angustia o tristeza que hacen que se pierdan la ilusión y la esperanza.

Cuando el amor puro emana del corazón, llama y da paso a un orden mayor que restablece la confianza y la audacia para que el miedo sea diluido. Es cuando los pensamientos altruistas y filantrópicos surgen en señal de abundancia. La abnegación y el desprendimiento generan movimiento y esto, en resumen, es la vida misma. Anquilosarse sumisamente ante la amenaza, no es otra cosa que negarnos la existencia o perder la capacidad de disfrutarla a plenitud.

Es responsable y hasta resulta un acto de verdadera humildad, reconocer aquello que nos limita. Pero, una vez identificado, es de esperarse que podamos desencadenar acciones que nos lleven primeramente a confrontarlo para luego desarrollar estrategias que nos permitan recobrar un desempeño correcto y positivo. Alimentar sentimientos de minusvalía se va convirtiendo en un hábito que debe ser interrumpido a la mayor brevedad. Solo de esta manera construiremos experiencias que nos permitirán reconocernos vulnerables, pero a su vez empoderados para ser fuente de efectos multiplicadores altamente edificantes, participativos e incluyentes.

Alejandro Posada Beuth