Cuando habla el corazón…

Cuando habla el corazón…

“La peor prisión es un corazón cerrado” Juan Pablo II

Según las diferentes culturas el corazón es descrito como la puerta de acceso a la verdad, donde se toman las decisiones relevantes, se descubre lo trascendente y se desarrolla la compasión. Donde, además, se acunan las palabras que, con tino y prudencia, habrán de ser pronunciadas.

Cuando el código del pensar y del sentir confluyen, generalmente se asoman las mejores ideas respaldadas por sentimientos auténticos y llenos de verdad que resultan en armónicos dentro de la espiral creciente del desarrollo de la conciencia donde, paradójicamente, habitan la máxima velocidad y la más extrema quietud.

Cuando habla el corazón, se hace presente la impecable geometría que representan sus capas musculares conformando, con sus ángulos de giro, un toroide maravilloso, que expresa también la fuerza incalculable en la que reside el mundo de todas las posibilidades, manifestado por el ímpetu y la energía potencial de toda alquimia probable albergada en el amor puro.

Cuando la sana intención supera al deseo, cuando el anhelo de servir trasciende a la codicia y la ambición, cuando la aspiración diáfana va más allá de la avaricia, cuando la voluntad y el poder son más que la apetencia desaforada, entonces nos acercamos al estado más próximo a la perfección humana y podemos ir tomados de las manos sin prevenciones ni condicionamientos, sin dudas o temores, sin falsas conjeturas o suposiciones, dando paso a la seguridad y la confianza como antesala al despertar de la más genuina alegría que nos permite celebrar el triunfo del otro como propio, el éxito de la empresa como el producto del esfuerzo grupal, el vivir en un mundo mejor como consecuencia lógica de la percepción de los vínculos, y la paz interior porque ya no hay espacio para el juicio o el rencor.

En síntesis, cuando habla el corazón, germina en nosotros una semilla repleta de matices y tonos nuevos; los ojos vuelven a brillar porque la luz interior nos desborda; emergen los contrastes que nos ratifican las diferencias, pero también la escala de valores que nos recuerda que somos parte de la obra universal; aflora el concierto de sonrisas que rescata lo sencillo, simple e inocente y se aprecian los logros que nos ratifican que la vida no es cuestión de azares; asimismo, se evidencia el correcto sentido de las proporciones que nos ayuda a comprender que lo que nos sobra puede ser índice claro de nuestra desventura.

Quizás sea hora de ordenarnos y disponernos…

Alejandro Posada Beuth